Los 11 Oscar que obtuvo “Titanic” (1997) no la hace merecedora de ser considerada una obra maestra del séptimo arte a la altura de epopeyas como “Ben-hur”, “Casablanca”, “Lo que el viento se llevó”, “Amadeus”, y “El último emperador”, por mencionar algunas.
Sin embargo, vale la pena visionarla ante la fascinación que ha despertado por décadas el hundimiento del trasatlántico. Aunque creo que el 99.9% de la población mundial la ha disfrutado en más de una ocasión, la amas o las odias, no hay términos medios.
En lo personal fue una experiencia irrepetible sobre todo en la espectacular nueva versión en 3D o para quienes la vimos en pantalla grande en aquella época.
Algo que llamó mi atención en esa ocasión fue la efusiva reacción del público ante las escenas más dramáticas, incluso algunos lloraron. Creo que hace tiempo no observaba a la gente expresar sus sentimientos tan espontáneamente en la sala oscura.
ANTERIORES
La tragedia más grande de la industria naval de todos los tiempos tenía varias predecesoras al taquillero filme de James Cameron, las más importantes son: “Titanic” (1953) y “Una noche para recordar” (1958), versión norteamericana e inglesa, respectivamente.
Algunos críticos afirman que éstas superan en argumento a nuestra película en cuestión, y otros que es una mezcla de ambas, les puede señalar que no decepcionan y son absolutamente recomendables.
En la versión de 1997 la historia amor con sus cursis diálogos y posturas adquiere forma a medida que se acerca la catástrofe. El Titanic tenía que colisionar con un iceberg para indicar que este romance era inverosímil desde un comienzo, pero eso es otra discusión.
Creo que le faltó potenciar algunos elementos del guion o desarrollar otros personajes, como pudo haber sido el de Carl, prometido de Rose; o Fabrizio, el amigo italiano de Jack, quien también viajaba a Norteamérica para realizar sus sueños y hacerse millonario.
Desde la escena del beso entre Rose, Kate Winslet, y Jack, Leonardo Di caprio, en la proa del barco, última tarde que el trasatlántico vio la luz en alta mar, el filme adquiere un sorprendente dinamismo y ritmo, y no puede ser de otra manera.
Independientes de los motivos, todos sabemos que el gigante de acero colisionará contra un iceberg, pero lo que no conocemos son los detalles del desastre que se avecina con la inevitable muerte de cientos de personas.
El beso de los amantes, con esa fotografía fantasmal en la proa y el fundido del barco hundido en el fondo del océano, nos advierte que se viene a pasos agigantados el desastre y la muerte sin distinciones.
Días antes los propietarios del monumental y elegante barco aseguraban a la prensa que ni Dios podía sumergirlo, sin embargo, pasada una hora y media desde su fatal choque estaría en el fondo de las heladas aguas del Océano Atlántico.
De las 2.208 almas que iban a bordo aquel fatídico 14 de abril de 1912, cerca de 1.535 murieron; la suerte estaba echada para el Titanic, así la muerte y el desastre dejaron en igualdad de condiciones a pasajeros de primera y tercera clase de aquel fatal viaje inaugural del coloso de acero.

Por Andrés Forcelledo Parada.-