I. La taxonomía del votante:
Entre todas las polémicas de estos días se encuentran las declaraciones de la timonel de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe, para quien la oposición desea “cambiar las reglas del juego” con su intento de conseguir escaños reservados para los pueblos originarios en la Convención Constituyente. “Si el camino es ir a una representación de autoridades a través de grupos de interés, entonces que estén todos los grupos de interés representados”, enfatizó la dirigenta. Luego agregó refiriéndose a los cristianos y más específicamente a los evangélicos: “nos parece que un grupo de interés que hay que considerar – sobre todo si somos una sociedad cristiana occidental- son aquellos que defienden los valores cristianos que son más del 30% de la población”.
Aunque sus cálculos no son precisos, pues las últimas encuestas arrojan entre un 15% y un 18% de protestantes (Encuesta Bicentenario 2019 y Encuesta CADEM 2020 respectivamente), que sumados a los católicos superarían el 60% de la población, sus proyecciones son acertadas si es que intenta sumar constituyentes que eventualmente pudiesen contribuir con un sello conservador, alejando de la discusión los temas relacionados con la equidad social, un mejor cuidado del medio ambiente, el desarrollo económico o las propias demandas de los pueblos originarios, por ejemplo, para poner el foco de interés en lo que se conoce como la agenda valórica (temas de género, matrimonio igualitario, aborto, entre otros). La sola organización del movimiento “Evangélicos por el Rechazo” para el pasado plebiscito y la serie larga de declaraciones de la “bancada evangélica”, que desde un comienzo se presentó en defensa casi exclusiva de su particular agenda valórica y en abierto apoyo al candidato José Antonio Kast y luego a Sebastián Piñera, no requieren dar más vueltas al asunto; y es que el voto evangélico o protestante es centro de interés y de cierta disyuntiva en Chile como en el resto de América Latina, e incluso Estados Unidos.
Sin embargo, es útil preguntarnos ¿La tendencia abiertamente conservadora o de derecha es hegemónica en la Iglesia Evangélica? ¿Existen otras tendencias? Para sembrar un poco de duda, basta recordar el llamado del pastor José Santis (del Ministerio Apostólico Manantial de Gracia) a votar por el “apruebo” a la nueva Constitución en la pasada franja plebiscitaria. Mis años de experiencia en las comunidades evangélicas y mis largas tertulias con pastores y hermanos/as, me han llevado a recopilar un cúmulo de información etnográfica que me permite presentar una taxonomía del llamado “voto evangélico”. La taxonomía es una función básica de la ciencia, que trata de los principios, métodos y fines de la clasificación. En otras palabras, para comprender mejor un fenómeno complejo, primero se requiere de su clasificación interna, separar sus componentes en grupos similares utilizando algún criterio. Para el caso que nos interesa, el criterio en cuestión es la tendencia del votante evangélico.
A mi juicio, no existe una tendencia en el voto evangélico, sino seis. Una primera tendencia la he denominado como la derrota clasista. Por muchos años escuché a pastores y predicadores enseñar en sus congregaciones con frases como éstas: “para qué votar si los ricos y poderosos siempre van hacer lo que quieren y el pobre siempre tiene que sufrir” o “votemos por quien votemos todo va a seguir igual”, la única solución frente eso es “confiar en Cristo”. Esta tendencia asume que el voto y la participación ciudadana están constreñidos a una derrota de clase ya pactada, definida a priori por las reglas del juego elitista, por lo que “no habría nada más que hacer”, salvo confiar en Cristo para que frente al abuso “se salve quien pueda”.
Obviamente, tal posición no revisa el gran potencial político evangélico, su enorme capital social para construir agenciamiento, en caso que existiera la voluntad para llegar a un acuerdo único entre las iglesias. Aclaremos que el agenciamiento se define como la capacidad de los sujetos para generar espacios críticos no hegemónicos y de reivindicación de su identidad en y desde lo colectivo, con objeto de contrarrestar las lógicas de control que se le imponen. Pero no es un misterio que irrevocablemente las iglesias evangélicas tendrían que superar el desafío de la unidad si es que se propusieran entrar decididamente en la disputa política.
En segundo lugar, tenemos la tendencia apocalíptica. Dentro de muchas iglesias se escucha decir que todos los “vicios”, “males” o “pecados” “de la actualidad”, que atentan contra los valores de un tipo de cristianismo más conservador –como el abuso de poder, la injusticia social, el matrimonio igualitario, el aborto e incluso la apostasía de ciertos pastores evangélicos- son el claro reflejo de la “venida del Señor”, “el cumplimiento de la Palabra de Dios”. Si bien este principio básico de declaración de fe suele cruzar de manera transversal a la mayoría de las iglesias evangélicas, aunque con mayor notoriedad a las pentecostales, muchas veces se convierte en una abierta incredulidad o desesperanza frente a la política, lo cual tiende a reforzar el conservadurismo.
En tercer lugar, está la tendencia apolítica. Ciertos evangélicos se presentan como “apolíticos”, no votantes, auto excluidos de la política en tanto la consideran intrínsecamente perversa o al menos “terrenal”. Esta posición esconde, sin embargo, un fuerte conservadurismo por cuanto, a fin de cuentas, deja las cosas como están; no existe el desafío de “cambiar las cosas”.
En cuarto lugar se encuentra la tendencia izquierdista; posición bastante mal vista entre muchos evangélicos de nuestros días, por ser considerada cercana al “comunismo ateo”, o más bien se suele confundir con éste. Generalmente representa a los/as hermanos/as y pastores ancianos de sectores populares, quienes vivieron los años previos a la dictadura y adquirieron conciencia de la polarización social de la época. En esta posición ubicamos al batallado pastor José Santis, que ya hemos mencionado.
En quinto lugar, identificamos una tendencia que he denominado progresista. En medio de la discusión por el plebiscito a una nueva Constitución, y del llamado de unos evangélicos a votar rechazo y de otros a votar apruebo, apareció, casi desapercibido para la opinión pública, un comunicado de parte del Concilio de Iglesias Protestantes Históricas de Chile. El comunicado dejó en claro algunos puntos que son muy conocidos para los miembros de estas iglesias, pero no así para el resto de la ciudadanía. Transcribo de manera textal sus ocho putos:
1) Que nos parece reprochable que se pretenda identificar e instrumentalizar a todos los evangélicos con una determinada opción, cualesquiera sean estas.
2) Que es preciso reiterar una vez más que NO existe “La Iglesia Evangélica”, sino las iglesias evangélicas: un conjunto de diversas entidades con formas organizacionales y prácticas diversas, aunque coincidan en algunos elementos doctrinales básicos propios de todas las iglesias cristianas.
3) Que, en consecuencia, ninguna organización o iglesia en particular puede arrogarse la representación de todas las iglesias, o del conjunto de los evangélicos.
4) Que incluso al interior de cada iglesia sus miembros representan diversas opciones y miradas, y que una declaración particular representa generalmente la opinión de las directivas, resultado de procesos deliberativos propios de cada organización, y no la de todos y cada uno de los integrantes de la iglesia.
5) Que la libertad de conciencia informada es un principio fundamental de la comprensión reformada del Evangelio y que, en consecuencia, la libertad del creyente para decidir en conciencia frente a los asuntos que le competen y también en su calidad de ciudadano/a está garantizada por la teología, la historia y la tradición de las iglesias herederas de la Reforma Protestante.
6) Que consideramos, y es parte de nuestra herencia, como responsabilidad cristiana el participar activamente como ciudadano/a en la vida de la comunidad y la sociedad.
7) Ello exige expresarse libremente en cuestiones relevantes de la vida en sociedad.
8) Por todo lo anteriormente explicado, reiteramos el llamado a participar en libertad de conciencia como ciudadanos/as responsables en el próximo proceso plebiscitario.
Firmaron esta declaración las siguientes iglesias e Instituciones protestantes: Iglesia Anglicana de Chile, Iglesia Presbiteriana de Chiles, Iglesia Luterana de Chile, Iglesia Metodista de Chile, Unión de Iglesias Evangélicas Bautistas de Chile, Iglesia Evangélica Presbiteriana de Chile, Iglesia Evangélica Luterana de Chile, Comunidad Teológica Evangélica de Chile, Seminario Metodista y Seminario Teológico Bautista.
En ese mismo sentido, la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera entregó su propio comunicado, muy similar al anterior, pero junto con exponer las mismas ideas aprovechó la oportunidad para expresar ciertos principios doctrinales. Resumo dos de los seis puntos:
- “La tarea de la Iglesia es predicar y enseñar abiertamente el consejo de la Palabra de Dios, para que desde ella cada uno de sus integrantes tenga la mente de Cristo y con esa cosmovisión bíblica tome decisiones en todo orden de cosas” (…).
- “La Iglesia está llamada a orar por los destinos del país. Por ello, reafirmamos que, Dios siendo Soberano, sigue estando en control de todas las cosas y definitivamente es Él quien decide el futuro del mundo y de Chile”.
La tendencia progresista, por tanto, asume la actividad política y la libre conciencia electoral como partes de la realidad cívica, como derechos y responsabilidades de los votantes, sean cristianos o laicos; como espacios en los que a la institución evangélica no le compete intervenir, lo cual también considera como no excluyente de los valores cristianos expresados en la Reforma Protestante.
Por último, tenemos la tendencia conservadora o de derecha. Con la discusión de los temas valóricos se ha visto reforzada la tendencia conservadora dentro de las iglesias evangélicas, pero no son los temas propiamente valóricos los que ha tomado como bandera cierto sector, sino también la propiedad privada y la protección del capitalismo neoliberal, supuestamente amenazado por el peligroso avance de lo que llaman “el neo izquierdismo”, con su bandera multicolor y aborto libre. En el lugar más extremo de esta posición se encuentra la “bancada evangélica”, la Unidad Cristiana Nacional, recientemente convertida en partido político, y, por cierto, la más grande de todas las iglesias evangélicas, la Iglesia Metodista Pentecostal, del ex obispo Durán –o al menos esa es la intención declarada por sus líderes.
Como se ve, no existe una tendencia en el supuesto “voto evangélico”, si bien los temas valóricos se muestran suficientemente transversales. No sólo la falta de conocimiento de la “cultura” y “doctrina” evangélica lleva a confusión, sino también el propio régimen político. Cuando la tendencia conservadora logró los votos suficientes para entrar en el Congreso, alcanzando un lugar en la opinión pública, de forma automática nuestro régimen político la instaló como “la” representante, por “decisión popular”, del “pueblo evangélico” (o sus simpatizantes). Sin embargo, es útil recordar tres cosas: 1) La pomposa bancada cuenta con apenas tres diputados en todo el país, para un electorado protestante cercano al 20%; 2) En las elecciones parlamentarias sólo participó el 46,05% del electorado; y 3) Ninguno de los propios diputados evangélicos logró siquiera la mitad de ese jugoso 20%: Eduardo Duran obtuvo un 8,04% de los votos, Francisca Muñoz un 6,86% y Leonidas Romero apenas un 3,38%. Ello considerando que ni siquiera hemos hecho los cálculos en comparación al total del universo electoral por distrito, lo que bien podría reducir tal representatividad a la mitad dada la participación indicada. Si la “bancada evangélica” se encuentra sobre representada, es porque esas son las reglas del juego. Frente a tal escenario los evangélicos tienen tres opciones: aceptar con su silencio, emitir comunicados públicos indicando sus propios principios e intereses, como los que hemos revisado, o presentar sus propios candidatos al cargo que sea.