El Chile que deseo, que deseamos

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El cardenal Raúl Silva Henríquez en noviembre de 1991 escribió una carta titulada “Mi sueño de Chile”. Y en sentidos seis párrafos señala su sueño de Chile y en ellos habla de la persona, del hombre y de la mujer, del respeto, de la dignidad, de la lucha contra la pobreza, del derecho a la educación, del acceso a la salud, de tener un trabajo estable y de que este permita alimentar a su familia, “… y que cada familia pueda habitar en una casa digna donde pueda reunirse a comer, a jugar, y a amarse entrañablemente”.

Palabras sencillas, y a la vez, plenas de significado; nada más y nada menos que dignidad, respeto. 

Y solidaridad, la misma que dice brota a raudales en cuánta catástrofe natural que suele azotar a nuestro delgado y estirado territorio. Y hoy, sí, hoy, la pandemia del c19 no es menos. Esta catástrofe sí ha exigido, y habrá de exigir generosidad del que tiene más, del que sabe más, del que puede más. No solo se trata de donativos metálicos, sino de lograr equilibrios de mayor humanidad armónicos, sostenidos, con visos de permanencia, a gran y menor escala, en todo servicio, en toda organización, en toda comunidad de personas.

Es hora de tender lazos. Es hora de trabajo mancomunado. Es hora de aunar fuerzas, de ser más no-so-tros, que él, ella, o ellos, ellas. No se trata de hacernos ajenos, sino de allegarnos, de empatizar, es hora de que nos ocupemos de construir nostridad. 

Ya finalizando el año 2019, le solicité a un grupo de jóvenes que redactaran un texto propio en el que expresaran su propio sueño de Chile. Y la verdad sea dicha, no tuve que motivar mucho ni forzar intenciones. Lo hicieron, y sorprendentemente bien. 

Un fragmento: “Deseo un país donde ya no tenga miedo cuando mi mamá o mi hermana salgan de nuestro hogar, me gustaría que no fuera solo mi caso, me gustaría que todas las mujeres puedan caminar sin miedo por una calle oscura,…”.

Otro fragmento: “Quiero un país donde el sistema de salud, de verdad, se preocupe por los pacientes, un país donde la gente no muera esperando una hora de atención, donde los diagnosticados de cáncer tengan esperanza y no vean el diagnóstico como una condena. Un Chile en el que los medicamentos sean accesibles para todos. Quiero un país donde el sueldo mínimo alcance para vivir y no solo para pagar deudas, para luego endeudarse aún más”.

Y uno más: “Deseo un país con más conciencia ambiental, donde se cuiden los espacios verdes, donde las industrias no dejen una huella que no podamos borrar. Deseo que miremos a cualquier animal con el mismo respeto y amor que ellos también se merecen, deseo que no haya más tortura y crueldad hacia ellos y, por supuesto, erradicar el especismo”. 

Y finalmente: “Quiero un Chile en el que reine el amor, el amor al prójimo; quero un Chile en el que reine la paz, la solidaridad, el respeto, la bondad y la lista podría ser larga, porque como país, como pueblo, como personas, necesitamos todo lo bueno, todo lo positivo, lo merecemos,… Necesitamos renovarnos y formar un lugar feliz para todas y todos los chilenos, sea un recién nacido o un adulto mayor, sea hombre o mujer, mapuche o extranjero, sea del norte o del sur, sea de donde sea, todos lo necesitamos y anhelamos…”.

Son solo tres voces jóvenes, como muchas, muchas más, como todas. 

¿Será posible que más temprano que tarde todos nos tomemos de la mano y hagamos una gigantesca ronda? Tendríamos que animarla y programarla. Tengo la esperanza de que sí.

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