Economistas, bienvenidos sus consejos, pero la última palabra debe tenerla siempre la política

Columna por el Senador Francisco Huenchumilla Jaramillo.

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El estallido social que tuvo lugar el pasado 18 de octubre de 2019, y la posterior pandemia que cambió para siempre la vida de millones de seres humanos en todo el mundo, fueron dos hitos que desnudaron las falencias de un modelo de desarrollo individual, basado en el dinero, el consumo, la competencia y la falta de solidaridad, que se dio en algunos lugares del mundo de la mano de una interpretación extrema del proyecto capitalista. Se trata del neoliberalismo, que además en Chile, fue impuesto por la fuerza.

La situación sanitaria terminó por darnos la razón: la concepción individualista del ser humano hizo agua. La derecha tuvo que dar su brazo a torcer, y aceptar que al menos en Chile, miles de familias ya no podían valerse por sí mismas, en un contexto de semejante crisis, caída de la actividad económica y desempleo. Para nosotros, sin embargo, eso es recién un punto de partida; creemos que es muy importante el rol del estado, en materia del desarrollo de las sociedades, para que éste sea con inclusión social, sostenible y con respeto a la naturaleza, lo que produce un círculo virtuoso de estabilidad y gobernabilidad.

Pero aún antes de la pandemia, esa concepción individualista y extrema, donde no existe la sociedad ni la solidaridad, sino sólo el individuo, recibió un primer golpe de gracia. Miles de personas salieron a las calles para manifestarse, contra un modelo que las segregó, discriminó y excluyó. Un modelo que ofrece bienestar, pero sólo en la medida del dinero que hay en tu bolsillo. Un modelo que olvida, que las prestaciones básicas para entregar dignidad a las personas no pueden transarse de la misma forma que un automóvil, una cirugía estética o un paquete de vacaciones.

Nos somos menores ni aislados, los sectores de la política que llevamos décadas apuntando a esa concepción de sociedad como profundamente equivocada. ¿Qué fue lo que pasó, entonces? Entre muchos otros factores, el punto al que llegamos como país tiene que ver con que la política permitió relegar a un segundo plano su rol de interpretar las necesidades y anhelos de la ciudadanía, instalándose primero las cuestiones de la técnica. En estas últimas 4 décadas, los economistas tuvieron, muchas veces, la última palabra, decidiendo lo que se hizo, y lo que no se hizo en Chile.

Personalmente, tengo un tema con los economistas. Es verdad que los equilibrios fiscales y macroeconómicos que ellos salvaguardan son esenciales; pero, tomando todas las precauciones necesarias, su rol debe ponerse al servicio de la política. Esta última tiene el mandato de guiar la administración del estado, porque su deber es conocer las necesidades y anhelos de la gente. La técnica, por su parte, debe apoyar en el diseño, en cómo llegamos a las metas, de manera responsable y planificada. Pero es muy distinto permitir que los economistas establezcan los caminos y prioridades; y eso pasó en el Chile de los últimos 40 años, en mayor o menor medida.

Por eso, no es de extrañar que hayamos tenido un estallido social de tal magnitud; estallido que, por cierto, los economistas nunca vieron venir. Tremendamente preocupados por los equilibrios, los superávits, evitar el endeudamiento y el no caer en déficits, cerraron la billetera fiscal por años, restringiendo todo tipo de políticas sociales.

Hoy en día, con la pandemia, y si consideramos las ayudas sociales del IFE, y los retiros de las AFP, se han puesto a la economía alrededor de 80 mil millones de dólares; en circunstancias que el presupuesto anual del estado es de unos 70 mil millones. ¿Hay riesgos de sobrecalentamiento de la economía? Por cierto. Pero, ¿no ha habido también un fuerte fomento al consumo y la actividad? ¿No estamos, gracias a ello, reactivando la economía? ¿Han sido mayores los riesgos o los beneficios? Y la pregunta definitiva: ¿se vino el país abajo con estas decisiones? Ya vemos que no.

Creo que el privilegiar la técnica por sobre la política, nos llevó a incubar una sociedad tremendamente injusta. Tal vez, si hubiésemos tenido antes la posibilidad de invertir socialmente, de manera planificada y responsable, hubiésemos podido evitar el estallido del 18 de octubre. Pero de todos los errores es necesario aprender. En esta oportunidad, la lección es la siguiente: debemos considerar los consejos de la técnica, pero la última palabra debe tenerla siempre la política.

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