Cuando la dignidad llega tarde

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Columna de opinión por Carlos Fco. Reyes Reyes, presidente de agrupación Apapachos de Temuco.

Hace unos días sepultamos a una persona en situación de calle que había fallecido hacía casi dos meses. Su cuerpo esperó semanas para recibir una despedida. No porque no hubiera quien lo quisiera —nosotros lo conocimos, lo abrazamos, compartimos el pan con él— sino porque la burocracia, la indiferencia y el olvido social son más rápidos que la compasión.

Y no es un caso aislado. En Chile más de 12.255 personas viven en situación de calle, según el catastro del ministerio de Desarrollo Social realizado el 2023. Muchas mueren sin que nadie lo sepa, sin que nadie reclame su cuerpo, sin nombre en los diarios, sin lágrimas oficiales. Y lo más doloroso: mueren sin dignidad.

Desde Apapachos acompañamos a personas en situación de calle con acciones concretas: comida caliente, abrigo, escucha activa. Y en esa experiencia hemos aprendido una verdad que duele: la pobreza extrema no es solo falta de recursos, es falta de miradas, de abrazos, de humanidad.

La calle no es un hogar. Pero cuando fallan la familia, el sistema, las iglesias y el Estado, se convierte en el único refugio posible. Y cuando una persona muere allí, el olvido parece sellar su historia.

Creemos, sin embargo, en un Dios que no se olvida de nadie. Un Dios que camina por los barrios, que se sienta con quienes todos evitan, que se identifica con los que no tienen dónde dormir. Un Dios que nos dice: “Lo que hagan por el más pequeño de mis hermanos, lo hacen por mí”.

¿Y qué estamos haciendo como sociedad?

Hoy, la institucionalidad sigue mirando la situación de calle como una emergencia y no como una realidad estructural. Las respuestas siguen siendo fragmentadas, estacionales y paliativas. Se diseñan acciones que apagan fuegos, pero no encienden futuro. Que alivian el síntoma, pero no curan la raíz.

Y mientras se siguen discutiendo políticas públicas en escritorios templados, el invierno ya está por comenzar. No podemos esperar a que caigan las primeras heladas para recordar que miles de personas no tienen dónde dormir. No basta con campañas que abrigan una noche. Se necesita una respuesta humana, integral y valiente, que garantice dignidad todos los días del año.

Escribo esto desde la responsabilidad, no desde la rabia. Porque como sociedad, tenemos una deuda urgente con los invisibles.

Y como creyente, tengo la convicción de que un día Dios nos preguntará: “¿Dónde estabas tú cuando yo tenía frío, cuando dormía en la calle, cuando moría solo?”

No podemos seguir cruzando la vereda como el levita o el sacerdote. Es tiempo de actuar como el buen samaritano. Porque cada vida importa, porque la calle no puede seguir siendo el lugar donde Dios y sus hijos mueren esperando.

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