Código Azul: abrigo de invierno, pero ¿y el resto del año?

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Por Carlos Francisco Reyes Reyes, presidente de la agrupación Apapachos de Temuco

En estos días fríos, muchos respiramos un pequeño alivio al saber que el Código Azul se activó en Temuco. Esta iniciativa, que busca resguardar la vida de personas en situación de calle frente a las bajas temperaturas, es sin duda un avance necesario y valioso. Es un paso que salva vidas, y eso merece ser reconocido.

Sin embargo, también es urgente decirlo con claridad: aún falta mucho por hacer.

El Código Azul es una respuesta de emergencia, una medida reactiva. Sirve para mitigar el daño inmediato del frío, pero no aborda las causas estructurales que llevan a una persona a vivir en la calle. No basta con abrir albergues por unas noches; necesitamos un compromiso sostenido, políticas integrales y un enfoque verdaderamente humano que mire más allá del invierno.

Nadie llega a la calle por gusto. Detrás de cada persona en situación de calle hay una historia de abandono, de quiebres familiares, de pobreza extrema, de salud mental desatendida, de adicciones no tratadas, de violencia, o simplemente de un sistema que no tuvo espacio para ellas.

Muchos de nuestros hermanos han sido víctimas del olvido institucional y social, arrastrando heridas invisibles que no se curan con una frazada ni con un plato de comida, aunque ambos sean necesarios. Necesitan acompañamiento real, oportunidades concretas y una sociedad que no los mire con lástima, sino con respeto y empatía.

En Temuco, como en tantas otras ciudades de Chile, la calle es el último peldaño de un sistema que ha fallado en múltiples niveles: salud mental, acceso a la vivienda, redes de apoyo, oportunidades laborales y dignidad. Nuestros amigos en situación de calle no necesitan solo abrigo, necesitan ser parte de la sociedad, con oportunidades reales para reconstruir sus vidas.

En este escenario, el rol del voluntariado es fundamental. Somos cientos —y ojalá pronto miles— los que decidimos salir de la comodidad del hogar para encontrarnos con la realidad cruda de la calle. El voluntariado no es caridad ni asistencialismo; es presencia, es escucha, es abrazo. Somos el puente entre la urgencia y la dignidad. Sin voluntarios comprometidos, el Código Azul se queda corto. Pero con una red de corazones activos, informados y organizados, podemos transformar realidades.

Celebramos el Código Azul, claro que sí. Pero también levantamos la voz para que esta no sea la única respuesta que tengamos. El frío no es el único enemigo: también lo son la indiferencia y la falta de voluntad para construir una ciudad más justa, más inclusiva y más compasiva

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