Por Samuel Moreno Castillo, director Ejecutivo IPCHILE Sede Temuco.
Las sociedades siempre han sido dinámicas, ya sea en sus objetivos, proyectos colectivos o individuales, intereses y acciones. Y, si pensamos que la educación es el reflejo de las múltiples realidades existentes, es preciso comprender que sus proyectos educativos ir a la par con estos cambios paradigmáticos.
Efectivamente, en el siglo XXI este contexto de cambio es evidente, las nuevas generaciones, insertas en lo que algunos autores denominan “modernidad líquida”, demandan proyectos educativos con un sello distintivo, de mejor calidad, actualizados, equitativos, con consciencia social, flexibles, en definitiva, pertinentes e inclusivos.
Antaño se decía que “La letra con sangre entraba” y, con una lógica conductista, se consideraba que el conocimiento se transmitía de forma objetiva y unilateral.
Hoy, la educación está sufriendo un tránsito hacia un “constructivismo pedagógico”, donde el estudiante es artífice y constructor de sus aprendizajes, abarcando no solo el “aprender a conocer”, sino también “aprender a hacer”, “aprender a vivir” y “aprender a ser”.
En este contexto, el docente tiene un rol muy relevante como mediador del proceso, siendo su principal desafío el que los estudiantes “aprendan a aprender” de forma significativa, adaptándose mejor a las realidades fluctuantes con las cuales tendrá que coexistir, transitando desde la zona de desarrollo real a la potencial, permitiendo el “aprendizaje expansivo”.
En este nuevo marco, los proyectos educativos deben adaptarse a esta nueva realidad para interpretar a una sociedad cada vez más diversa y desafiante, que requiere habilidades y competencias cada vez más complejas, en un mundo en que la tecnología, la inteligencia artificial y la ciencia nos muestran caminos que hace solo dos décadas jamás habríamos soñado.
